lunes, febrero 26, 2007

Me lo conto una sobrina

Sé que es simple, pero me gusto y casi me ahogo con la comida por reirme:

Resulta que Caperucita roja se casó con el principe Azul... y tuvieron un hijo morado!

sábado, febrero 24, 2007

Doña Pechi



El miércoles pasado inició la cuaresma, bien a bien no sé de que se trata todo esto, de mis días de catecismo recuerdo muy poco y mi abuela ahora no esta para responderme mis dudas sobre religión.

He pasado ya el primer cuarto de siglo de mi vida, y recuerdo que mi abuela –como muchas otras- era una mujer devota, muy creyente, quizá un poco más que algunas. Cuando éramos pequeños, solía llevarnos, a mi hermano y a mí, a la iglesia con ella. Esas visitas siempre resultaban estar cubiertas por un velo de misterio, pues mi abuela era la encargada de la iglesia, era la ama y señora de las llaves. Si había misa, ella debía de abrir; si el padre necesitaba algo: doña Pechi se lo proporcionaba; si había que contar la limosna: ella era la encargada… era ella quien hacía plañir a las campanas, quien tenía listos los artilugios para la misa, quien habría la puerta de la torre cuando había difunto y tenían que hacer doblar las campanas… en fin, la iglesia del pueblo en esos años no funcionaba sin doña Pechi. Pero estábamos en las visitas. Doña Pechi iba a la iglesia en horas que no eran de misa, cuando el edificio estaba vacío y, de vez en cuando, nos llevaba a mi hermano y a mí. Mientras ella atendía sus quehaceres, nos dejaba jugar por los jardines: trepábamos árboles, escalábamos por los contrafuertes hasta llegar al techo de la sacristía, vagábamos por los jardines que no estaban abiertos al público y si había un poco más de suerte, nos tocaba ver y poder visitar el cuartito donde se almacenaban los floreros, las cruces en desuso, los santos dañados y hasta un Cristo guardado en una caja de cristal que jamás vi que sacaran de ahí o que lo usaran en alguna procesión o ceremonia, había visto que en la Parroquia ponían uno similar a la entrada el miércoles de ceniza, y los parroquianos pasaban junto a él tocándole con devoción y respeto… como si en verdad aquel fuera el cuerpo de Cristo, pero esa figura de Cristo que estaba en el cuartito, creo que nunca la usaron… en fin… teníamos la iglesia para nosotros solos, y éramos los únicos niños en poder ver la iglesia así: sola, oscura, desde el techo hasta los cuartitos cerrados, y si andábamos jugando en los arcos de la barda no había problema: éramos los nietos de doña Pechi (en ese entonces no lo sabía pero creo que ahora alguien, quizá un malvado empeñado en echar a perder la diversión de dos niños, nos hubiera podido acusar fácilmente de tráfico de influencias o algo parecido). Cuando me tocó ir al catecismo ya conocía la iglesia mejor todos, sabía lo que se ocultaba detrás de cada puerta y, si quería, podría hasta haber tocado la campana sin ningún motivo. Confieso que eso lo quise hacer muchas veces, pero jamás pude, mis fuerzas, en ese tiempo, no daban para jalar la cuerda del badajo tan fuerte como era necesario para arrancarle un grito a la campana.

No recuerdo exactamente en que año fue que mi abuela dejo de cuidar la iglesia, tendría yo quizá unos trece o catorce años. Mi hermano y yo ya no podíamos salir a dar de vueltas alrededor de ella en las bicis, cada quien tenía que hacer tarea de la secundaria y era distinta (dejamos de ir a la misma primaria, cada quien eligió una secundaria distinta), el interés por la iglesia como patio de juegos ya no era el mismo y hasta el párroco había cambiado.

Aún recuerdo claramente una ocasión que a mi abuela le toco ir a vaciar las alcancías de las limosnas y contar todas las monedas, de eso ya hace mucho, aún se usaban las monedas de a 100, con la cara de Carranza de un lado. Había tenido mi alcancía de cochinito, varias de hecho, y algunas las alcancé a medio llenar y las rompí gustoso, pero ver la cantidad de monedas que le cabían a esa alcancía fue asombroso, era un cerro de monedas, con todas esas monedas podría haberle comprado la tienda entera a doña Mellos (la dueña de la única tienda de juguetes en el pueblo –esa será otro historia-). Mi abuela contaba las monedas haciendo montones de a diez mil pesos cada uno. Fue entonces que el padre Armando (el párroco más mal encarado que he visto, yo le tenía un poco de miedo: tenía la mirada muy pesada y hablaba recio) llegó. Yo me quedé quieto y seguí separando las monedas por su valor, era lo que mi abuela me había dicho que hiciera. No sé cuanto tiempo nos llevo contar todo ese dinero, sólo recuerdo que el padre también comenzó a tomar monedas de los montoncitos que yo hacía y luego los metía en un saco de lona que se tenía que llevar (en ese tiempo yo ignoraba que los padres vivían de las limosnas). Lo emocionante, lo realmente emocionante de ese día, y que hizo que le perdiera un poco de miedo al padre, fue que al terminar de contar, ya que no había monedas en el piso y que la alcancía estaba de nuevo en su lugar, el padre metió la mano al saco de lona, tomo una moneda y me la dio “para tus dulces”. Era una moneda de mil, de esas que traían a Sor Juana. No compré dulces, me gaste los mil pesotes en chunche y media, en juguetitos baratos, de aquellos que vendía doña Mellos.

En fin… el miércoles pasado andaba por Coyoacán, fui a visitar a un amigo que trabaja en la alberca olímpica y comimos cerca del centro. Luego de despedirnos recordé que era miércoles de ceniza. Quise ver si encontraba el Cristo en la entrada, pasé a la iglesia que esta cerca del museo Frida Khalo: no había Cristo. Fui entonces a la parroquia que esta en el centro y ahí lo encontré, a la entrada, con la bandeja de las limosnas a su pies y con los fieles acariciándolo cuidadosamente en alguna parte del cuerpo. Seguí la fila y terminé tomando ceniza, pero de regreso a casa me asaltó un por qué. ¿Por qué tomamos ceniza? Además el fraile o sacerdote que me la untó no me dijo la clásica: “del polvo vienes y al polvo volverás” o “polvo eres y en polvo te convertirás”. Pensé entonces ir a preguntarle a mi abuela, al día siguiente, por qué tomamos ceniza, pero casi en el mismo instante que tuve esa maravillosa idea de que mi abuela me quitara la duda, recordé que doña Pechi ya no va más a la iglesia.

Extraño a mi abuela.

martes, febrero 20, 2007

Sentimentalismo Ibérico

Pues bien... alguien ya ha escrito "pronto" –literal- (ver el banner de recaditos en el lado derecho). Creo que hoy ha sido uno de los mejores días desde que comencé esta aventura del "bló" (incitada por el buen Piroclasto), ¡hoy recibí tres comentarios! Pero sobre todo, lo que ha hecho este día redondo, ha sido el tener noticias de mi hermano huido, de aquel que brincó el océano con el fin de encontrarse, de alcanzar sus sueños y correr mundo. Confieso que mi aventura por cambiar la ingeniería por la comunicación, tiene mucho que ver con su partida, con el ver como este chaval se fajó los pantalones y corrió a sacar un pasaporte, una beca (o algo parecido... yo ahora le llamo "sustento artístico”), empacó maletas y se lanzó tras sus anhelos… en fin… lo que sigue ahora es una imagen chillona –literalmente-: tengo los ojos húmedos y siento un par de lagrimas correr mejillas abajo, y a falta de palabras propias para describir la razón de este sentimentalismo, secuestraré las que él me ha dejado… bueno, ya Pablo Neruda (aquel al que mucha gente conoce por su nombre de pila: Ricardo Eliécer Neftali Reyes Basoalto), en una de las tantas cosas sabias que dijo, le recordó a alguien que le hablo de plagio literario: “La poesía (o la literatura) es de quien le da uso, de quien le da sentido y la hace suya con el fin de expresar algo que eso que ya está escrito refleja, es de quien le da vida” [no lo dijo textual, pero así es como yo lo recuerdo].
Antes de reproducir las líneas que Dann ha escrito, debo plasmar una imagen más, una musical, que quizá no viene mucho al caso, pero que ha contribuido al efecto de lagrimeo: al momento de leer las siguientes líneas, sonaba en el i-tunes, una versión de Un beso y una flor, hecha por Seguridad Social, si la tienen… no dejen de escucharla, ya luego la subiré para quien no la tenga a mano.

<<Te pareces tanto a mi...
No he comido, no me importa, estoy cagado de miedo ( pues cada vez que lo pienso creo que me he equivocado) lo único que tengo ahora son 40 céntimos de euro en el bolsillo (6 pesos aprox.), extraño mucho mi país, a mis amigos y familia. No tengo trabajo. Si quiero ir a un casting aqui seguramente me daran un papel de inmigrante o una guitarra y sombrero ( pues todos los mexicanos somos mariachis ¿no?) Tengo 25 años y ninguna carrera, y me he llegado a preguntar si esta vez tendré valor para acabar esta. Pero al final estoy aqui le guste a quien le guste; no pude contra la marea, contra Mi marea. Algunos dicen que tuve valor otros que me moriré de hambre. No me importa.
I choosed life, I choose to create my own life, my special kind of heroine, my world, dreams and magic.
Unas enormes ganas, desde mis uñas, nudillos, muñecas, codos, brazos y cuerpo de abrazarte y felicitarte. Pronto será.
Por ahora me voy a comer un par de huevos revueltos y un poco de arroz que me sobra de ayer, todo esto aderezado con el placer de tenerte como amigo, hermano, ya que todo actor tiene un amigo que es ESCRITOR ¿ no crees?
Y como dijo el viejo:

"Hijo, en lo que sea, pero el mejor"
DANN
>>

Un beso y una flor... en la versión de Seguridad Social

domingo, febrero 18, 2007

Who need reasons when you've got heroin?

La cocina siempre tiene buenas cosas en ella: el refri, comida, restos del almuerzo o la comida o la cena o cualquier cosa comestible que termina siendo el almuerzo, la comida o la cena. También guarda muchas buenas historias, los chismes de la semana, casualidades y en mi caso, algunas reflexiones o algunos puntos de reflexión.

Hoy por ejemplo, llegué al mismo tiempo que mi hermana y mi hermano comenzaban a cenar, cené con ellos sólo por gula (había carnitas), y entre taco y taco salió Milan Kundera con su Insoportable levedad del ser. Hace tiempo que lo leí y que había dejado en el olvido, pero hoy, ahí, de pie ante la barra, salieron a flote ciertas cosas que Kundera dejo dichas en aquel libro. La que más me resuena en la cabeza es aquella que apunta que cada vida es esencialmente insignificante y cada decisión se vuelve en consecuencia esencialmente irrelevante, lo que en teoría trae como consecuencia la poca o nula importancia de la decisiones, pues no estamos atados a ellas, pero al mismo tiempo, esa insignificancia que poseen las hace insoportables… y fue entonces que el pensar en las decisiones me llevo a querer ser Renton [ver Trainspotting]:

Choose life. Choose a job. Choose a career. Choose a family, Choose a fucking big television, Choose washing machines, cars, compact disc players, and electrical tin openers.

Choose good health, low cholesterol and dental insurance. Choose fixed-interest mortgage repayments. Choose a starter home. Choose your friends.

Choose leisure wear and matching luggage. Choose a three piece suite on hire purchase in a range of fucking fabrics. Choose DIY and wondering who you are on a Sunday morning. Choose sitting on that couch watching mind-numbing sprit-crushing game shows, stuffing fucking junk food into your mouth. Choose rotting away at the end of it all, pishing you last in a miserable home, nothing more than an embarrassment to the selfish, fucked-up brats you have spawned to replace yourself. Choose your future. Choose life.

I chose not to choose life: I chose something else. And the reasons? There are no reasons. Who need reasons when you've got heroin?

Y esto… ¿por qué? Pues resulta que al fin me decidí: Dejo ingeniería. Me llevó más de un año decidirme, pero al fin lo hice. Luego de confrontar mis escenarios posibles creo que es lo mejor que puedo hacer por ahora. Sin embargo, ahora que estoy a días de que la decisión se materialice comienzo la añoranza.
Hace una semana fui a la facultad, a la HHH Facultad de Ingeniería. Ahí estaban el He-Man, M y la hormiga. Luego ví a J, a lo lejos estaba C y ya no quise ver más. Quizá lo cierto es que mi vocación está en otro lado, pero el estar ahí, en ese edificio tan solemne y que tanto impone, con sus pasillos pulidos y su quietud, con toda la historia a cuestas… Comienzo a extrañar a mis amigos, las caminatas del anexo al principal y viceversa… a los Chorros… y si he de extrañar a alguien en particular, hay dos amigos que vaya que extrañaré ver por las mañanas y por las tardes, en el camino a la universidad o en la última clase: Virginia (conocido por otros como “el Cachetón”) y el buen Manolo (uso su nombre porque él es hombre de la vida pública… inclusive, lo pueden conocer aquí: www.piroclasto.blogspot.com). ¡Ah! Como decía el Franky Boy That´s life! Extrañaré esas charlas amenas a media clase de Lineal, ese intercambio de datos curiosos de todo tipo (musicales, cinematográficos, literarios y demás), pero bueno, siempre esta el blog-piroclasto a mano. Y de Vicky… bueno, mi estimado creo que pronto alzará vuelo y sólo espero que la mina en la que trabaje sea más linda que las que conocimos gracias a Pasta de Conchos.

Aún hay mucho por decir, tengo un nudo en la garganta que me llega hasta los nudillos y no me deja escribir… quizá es el tope que me pongo siempre cuando comienzo a escribir sobre mí y una voz en la cabeza me recuerda lo que Émile Zola decía sobre los escritores: Un buen escritor no escribe sobre su vida, sino sobre sus vidas posibles. En fin… aún no soy escritor por completo y aún no soy bueno… así que me permitiré este desliz de exteriorizar mi nostalgia futura por todo lo que dejo de momento. Sé bien que la facultad estará ahí a mi regreso, que mis amigos estarán ahí cuando les llame, pero si algo no podrá repetirse, será esa combinación, sin igual, que era tener al todo junto.

So…

I chose not to choose life: I chose something else. And the reasons? There are no reasons. Who need reasons when you've got heroin?

Por hoy desearía ser Renton.

miércoles, febrero 14, 2007

Día sin desayuno

El auto frenó estrepitosamente, rechinando las llantas y dando medio giro. Enseguida bajaron tres encapuchados con pistolas en mano: ¡Ahora si se los cargó chingada! Gritó uno de ellos, a la par que señalaba con la mano que le quedaba libre una pequeña puerta y los otros dos cortaban cartucho. La puerta no tardó en ser derribada y el comando entró al recinto.

Desde la otra esquina doña Chepa veía atónita el asalto; su nuera cruzó corriendo la calle, la zarandeó y la hizo volver en si: ¡Corra! ¡Corra! Entre las dos mujeres tomaron las cosas del puesto de tamales, que apenas estaban colocando, y corrieron a ponerse a salvo.

Al dar la vuelta a la esquina alcanzaron a escuchar varias detonaciones.

A lo lejos se escuchaba el ulular de las sirenas policíacas que una vez más llegaban tarde al desayuno.