Todo el día la había pasado correteando. Llenándose el filo de los pantalones de barro e intentando dejar el pasto tatuado en las rodillas, ya casi inexistentes de aquellos mismo pantalones. La camisa estaba llena de resina de tanto escalar el gran pino que se alzaba afuera de la ventana de su recámara.
Augusto vivía en una gran casa. El jardín trasero era de lo más inverosímil. Una gran extensión de tierra cubierta a ratos si, a ratos no de terciopelo verde. Con árboles por doquier, unos separados de otros y otros más juntos de otros. Si uno los veía desde abajo, parecían infinitos, extenderse hasta perderse en las nubes y casi tocar el cielo. Augusto era un firme creyente de que si lograba llegar a la punta de alguno de ellos podría preguntarle a Dios dónde había escondido a los dinosaurios.
Los árboles eran caprichosos. Se configuraban de acuerdo a la temporada y al viento. En invierno, por ejemplo, parecía que se protegían del frío haciéndose bolita y juntándose un poco más entre ellos, incluidos los más huraños que crecían hasta el fondo del patio; en verano, en cambio, cada quien agarraba su lugar tratando de ponerse lo más cómodos posible. Algunas veces, cuando Augusto se asomaba por su ventana y veía hacia el patio, le parecía que los árboles tomaban formas caprichosas.
La última vez que el jardinero los había podado en primavera, al oscurecer, Augusto había afirmado a su madre que en el patio había duendes gigantes, a lo que su madre respondió, casi instantáneamente, colocándole un termómetro y dándole una cuchara amarga de jarabe. Por eso, al otoño siguiente, cuando vio al dinosaurio caminando a través de su ventana, decidió no decir nada. Sólo se limitó a pedirle a su madre que cerrara bien las cortinas.
Al día siguiente, cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Nota: inspirado en un cuento original de Augusto Monterroso, el sueño del dinosaurio que me come que tengo desde que tenía cinco años, las figuras monstruosas que de vez en cuando hace el árbol que se ve desde mi ventana cuando se pone a jugar al teatro de sombras.
domingo, marzo 01, 2009
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1 comentario:
me gustó! recordé mis días de changa trepándome a todo árbol que encontraba... y aún lo sigo haciendo...
saludos ;)
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