Me detuve ahí pocas veces. Era un esquina obligada, por muchas cosas. Llegué a Coyoacán cuando andaba por los quince. Un amigo de la secu nos incitó a ir y fuimos. Luego esas calles se volvieron parte de mi y he vagado por ellas desde entonces. No recuerdo con exactitud cuando fue que pasé por ahí por vez primera, tampoco recuerdo cuando fue la primera vez que vi el café con sus bancas en la banqueta. Quizá sólo apareció de repente ante mis ojos por generación espontánea. La generación espontánea no existe. Fue el tío abuelo y el abuelo y el papá de Manolo A. quienes lo hicieron posible. Pero eso lo sabría muchos años después, cuando él y yo coincidimos en una clase donde jugábamos con vectores y matrices y algunos chistes por escrito y donde él me presento al Packt Like Sardines in a Crushd Tin Box y donde yo decidí crear el ¿Tiene un mapa del gato? Luego, un día, fui con él a el lugar de los encuentros. No recuerdo que bebí... ¿franciscano? ¿dominico? Manolo aprobó la clase de los vectores y las matrices. Yo no. Cambié de rumbos. Hasta que algún designio me volvió a poner de nuevo por esas calles. Entonces pasaba algunas veces por un americano y me iba a trabajar a los gallineros de Mayorazgo. Me gustaba ver las fotos que colgaban de las paredes. Después mis rumbos se quedaron de nuevo en el sur y deje de ir. Sin embargo era inevitable platicar del café cuando platicaba de Manolo. A veces me da por platicar de Manolo. Lo tengo en alta estima. Manolo es singular. ¡Hasta se ríe de mis chistes! O quizá posee un extraño sentido de la simpleza. No diré más. ¡Callar!
Ahora se me hace un nudo en la garganta que llega hasta los dedos.
El Viernes pasé por ahí. Fui con Charo. De primera intención pensaba ir solo. Pero era mejor ir acompañado, el café sabe mejor en compañía. Y como ahora no tengo soledad compañera pues mejor presencia acompañante. Nunca he sabido a que hora se cerraba el café de Manolo. Siempre que pasaba estaba abierto. Salvo que pasara por ahí a deshoras, y por deshoras quiero decir más allá de las 23 horas. Así que temí llegar y que ya estuviera cerrado. Era el último día. Llegué pasadas las 19:30 horas. Pedí un franciscano y un capuchino, pero ya no tenían del primero. Sólo les quedaba americano normal y capuchino. Muchas cosas ya estaban desmontadas. La mujer que atiende y un hombre del que escuche su nombre pero que ahora no recuerdo entre que atendían y entre que empacaban.
Me dio tristeza ver los muros desnudos.
Ordene dos capuchinos. De camino al café le platiqué a Charo, una vez más, como había sido que conocí a Manolo y la historia sobre el café que acababa de postear -y yo de leer- sobre el negocio familiar. Charo se puso sentimental. Será porque ella también es de esas personas que le han entrado a crecer con un negocio familiar y sabe del cariño que se le toma a la actividad y el aprecio por los clientes y su lealtad.
Yo quise ir al café por solidaridad, por estima, por cariño sincero a un amigo, por demostrar apoyo.
Me dio tristeza ver los muros desnudos.
Nos sentamos en una de las bancas a beber los capuchinos y ver la vida pasar, a comernos un par de galletas que descubrí reposando detrás del contenedor de los agitadores. A platicar sobre las leyendas pintadas debajo del toldo, a esperar que no pasaran coches para tomar una foto que yo insistí en hacer y de la que Charo hizo más de cuatro tomas para que yo al final eligiera la segundo y ella me dijera ¡Ves, te lo dije, esa era la buena! Luego yo quería huir con una banca en la espalda (por la que luego le enviaría en pago a Manolo explicándole que tomara la lana o me la devolviera pero que me quedaba con la banca), pero Charo no me dejo. Ella dice que yo me quiero quedar con todo lo que me gusta y que eso no se puede, pero yo afirmo lo contrario.Se debe de poder, quizá no ahora, pero en algún momento. Luego en una de esas regresé y pedí otra galleta. Luego, en otra, regresé, husmee y compré un tarro para el sugar. Hubiera querido comprar todo. Comprar todo el edificio, la cuadra entera, comprar todo y luego no llevarme nada. Hacer una acción de rescate. Aún cuando yo sólo pasara de vez en cuando por un americano. Sólo por el placer de decir: esa cafetería es de Mi Amigo Manolo, así, con mayúsculas. Hubiera querido encontrarme con Manolo y estrecharle la mano.
Me dio tristeza ver los muros desnudos.
¿Qué va a pasar con todas esas fotos? Seguro serán guardadas en cajas en espera de un muro o irán a vivir separadas unas de otras habitando en muros ajenos, poblando pedacitos de muros por separado, nunca de nuevo con el mismo vecino aun cuando el destino las lleve a un mismo espacio. Y lo mismo con las cosas que vivían en aquellas vitrinas y todo lo que habitaba en ese lugar.
Me dio tristeza ver los muros desnudos.
Charo hizo los clics, yo fui el autor intelectual, pero fue ella quien cachó mis ideas y las llevo a cabo. Muchas de ellas las mejoró, ella siempre mejora los encuadres que yo pienso.
El viernes pasado, pasé por ahí.
2 comentarios:
:(
Chale, triste leer esto ahora.
Pero qué bueno que fuiste!
Lástima que no nos encontramos por ahí... creeme que todos pensamos lo mismo, tratar de rescatarlo todo... seguir saboreando esos momentos... está difícil, aunque no hay que darse por vencidos...
saludos
Gracias.
Yo sí apliqué la que querías aplicar de la banca, la agarré y me la llevé cargando a casa de ana, también me robé los letreros.
Ahora todo está guardado en la oficina de mi padre, allá por San Pedro de los pinos, esperando a ser usada, o vendida, a ver que pasa.
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