Acelerar es uno de los placeres de conducir. Cuando tienes dieciséis, y acabas de obtener tu permiso de conducir, es en lo único que piensas: hacer rugir la máquina a todo lo que da mientras el copiloto le sube al estereo hasta casi reventar las bocinas. No he sido el único ni el primero en obtener permiso de conducir a los dieciséis, tampoco el único en manejar un Ford Fairmont 78 con una garganta y ocho cilindros bajo el cofre, y seguramente hay quienes a los dieciséis han manejado mejores autos que el mío, sin embargo, las historias que a bordo de él ocurrieron se han hecho únicas a lo largo de los años; los amigos que en el viajaron, las citas a las que solícitamente me transporto y luego sirvió de buen refugio… aquel armatoste de lamina firme y recio armazón, guardaba más cosas en la guantera que las pudiese contar en estas líneas, de hecho, no podría contar todas las historias que en él sucedieron o en las que fue activo participante: he "perdido" la memoria y mi fiel corcel de acero sólo hablaría de ciertas cosas, mas no de todas, él también aprendió a volverse desmemoriado. Pero de entre las historias que recuerdo, y que pueden ser contadas, está la que sigue.
Los hechos se han vuelto oscuros, no recuerdo a dónde fuimos aquel día, ni qué hicimos tampoco, de hecho, es más, dudo que los demás lo recuerden claramente, sin embargo, hay una escena que se ha quedado grabada.
¡Ponte chingoooon! Fue lo único que dijo aquel feliz (que a los pocos segundos se volvería -para mi- un desgraciado) borrachín que caminaba sobre el camellón y que tuvo el tino de estar junto al auto en el mismo instante que el motor se apagaba: había sacado el embrague demasiado rápido. Mis acompañantes (el Bibis, Güicho, Dann, …, y ¡no recuerdo quién más!) Soltaron la carcajada en lo que yo intentaba encender la máquina lo más rápido posible para no ser blanco fácil de los cláxones y la ya conocida cantaleta vial del “ta ta ta ta taaa”. Maldije al auto por se viejo y tener el clásico truco de encendido de todo buen auto viejo que se prive de serlo, si quería que encendiera debía reiniciar la operación desde cero, tal como cuando el Windows se llega a trabar o a sufrir uno de los famosos volcados de pila o fallas en el kernell32.dll, ¡Carajo! –dije mientras las risas estaban a su máxima expresión y el borrachín se alejaba bamboleándose por el camellón. La fila de autos comenzaba a crecer, y desde el fondo el rumor de los cláxones venía hacia mi en crescendo. Poner velocidad neutral, bombear gasolina presionando tres veces a fondo el pedal del acelerador, regresar el “suitch” –como solía decir mi mecánico- a cero y, sólo entonces, encender. Hice todo lo más rápido posible, pero olvide un detalle: poner la palanca de velocidades en punto muerto. Arranqué en segunda. El auto se jaloneo y la maquina volvió a apagarse. No podía hacer nada sino comenzar de nuevo: ¡la había cagado! Todos en el auto no paraban de reír, y fue entonces, que con la carcajada atravesada y el impulso del jaloneo, todos gritaron a coro: ¡Ponte chingooon!
viernes, marzo 16, 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario