viernes, octubre 05, 2007

De Hidalgo a Zapata

A mi Hermano Güicho.

Mi vida no se explica si no es con la tuya.

00:45 hrs.

La calle está sola, es uno de esos momentos en los que hasta los perros guardan silencio y el único sonido que llega a mis oídos es el de mis propios pasos. Fijo la vista en un punto y descubro que lo que bebí no ha sido suficiente para hacerme perder la vertical, aun cuando el trago me golpeó con ganas: mezcal Beneva.

Lugar común: “He recorrido éste camino mil veces”.

He recorrido éste camino mil veces: Hidalgo-Guerrero-Zapata. Ahora no lo recorro tan a menudo, pero hubo un tiempo en el que Hidalgo-Guerrero-Zapata, Zapata-Guerrero-Hidalgo ocupaban gran parte de mi día, lo podía recorrer más de una vez y nunca me cansaba, sin embargo, sin importar cuantas veces hiciera el recorrido, siempre debía de terminar en Zapata.
Ahora escucho mis pasos, con el sonido inconfundible de los zapatos de suela dura.
Tres minutos es el tiempo que me lleva llegar de Hidalgo a Zapata o de Zapata a Hidalgo. Es curioso... a Zapata le llevo cien años llegar luego de Hidalgo -por supuesto-, y ahora yo transito entre ellos en ciento ochenta segundos: mi vida cabe en ciento ochenta segundos.
En los pasos que hay de Hidalgo a Zapata encuentro mi vida, y en ella encuentro cada uno de los instantes que me han construido. Encuentro por ejemplo la maquinación de la aventura de los zapatos de goma, las platicas sobre el beis, el fut y el básquet; encuentro la vez que me di cuenta que –por primera y única vez- era más alto que tú; están también las historias de juguetes en la puerta negra, de las compras de dulces en la mesita y los mandados con doña Chema; las caminatas por la barda de la iglesia y los recorridos en bici; y como olvidar los empujones en la avalancha.
Ahora doy menos pasos de los que daba en ese tiempo para ir de Zapata a Hidalgo, y al igual que mis pasos han disminuido, también lo ha hecho el número de veces que recorro la ruta, al grado que hay días o semanas que paso sin pisarla.
De aquellos días a ahora no sólo han disminuido los pasos: la casa vieja se fue, y con ella la puerta con la que cortaste la mano, el lugar de ejecución de la prueba de los zapatos de goma, la cocina de humo en la que jugábamos con lodo, el baño antiguo y su olor penetrante con el retrete al que había que tirarle una cubeta con agua, el callejoncito en el que cobraban vida historias imaginarias, el espacio del lavadero y el área de tendido -donde algunos días ponían a secar una colcha roja, que iluminaba el lugar como si al Sol le hubiesen puesto un celofán rojo-. De todo eso queda poco... al menos poco de lo que es tangible, pues de lo otro, sé bien que entre tu y yo podemos reconstruir todo, ¡hasta burlarnos del tiempo y regresar a esos días con sólo pensarlo! Y si hacemos recuento de los cambios en Zapata seguro que tú también encuentras cosas muy cambiadas y fuera de lugar -al igual que yo lo hago cuando recuerdo a Hidalgo-. Sin embargo lo más importante sigue ahí: tú. ¿Por cuánto tiempo más? No lo sé. Es posible que te mudes, que me mude, que nos mudemos, que cambiemos de residencia, que poco a poco dejemos de transitar la ruta Hidalgo-Zapata-Hidalgo para recorrer unas nuevas. Y entonces muchos ya no te conocerán por Güichito, serás el Ingeniero Salas. Pero eso no importará, al igual que tampoco la ruta tendrá importancia, porque de una u otra forma llegaré contigo o tú me buscarás, y será como en Rayuela, como la Maga con Oliveira: andaremos sin buscarnos pero sabiendo que andamos para encontrarnos. Y no importaran los títulos ni las rutas ni los agregados culturales, serás mi hermano y te seguiré amando, alegrándome de tus alegrías y compartiéndote las mías; escuchando tus cavilaciones, perdiendo en el ajedrez unas veces y ganándote algunas menos.

De Hidalgo a Zapata y de Zapata Hidalgo hay una vida, una sola: la tuya y la mía.


00:48 hrs.

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