viernes, julio 13, 2007

La última puta

Ella sale de noche, no siempre la veo, creo que los lunes falta a su esquina, los otros días... ya se ha ido cuando paso.

Hace años que transito por Tlalpan. La primera vez que llegué hasta ésta avenida tendría yo trece años, iba con dos amigos más y nos perdimos: llegamos hasta Tlalpan y Miguel Ángel, de ahí nos pudimos ubicar.

Años después se volvió mi camino de regreso a casa.
El paisaje comenzaba a tomar color luego de Héroes del 47: tacones altos -gruesos unos, delgados otros-, plataformas, bolsos de todos tamaños y colores, hotpants, minifaldas muy “mini”, blusas con transparencias y sostenes ausentes y labios al rojo vivo al igual que las ganas.
A partir de este punto muchos autos bajaban la marcha, otros tantos hacían stop e inspeccionaban más a detalle.

Dicen los conocedores que ahí uno encuentra puros putos. Yo no lo sé. Confieso que al pasar por ahí algunas veces llegué a bajar la marcha o me apresté a la ventana del pesero, pero hasta ahora nunca me he detenido a hacer inspección minuciosa, ¡de lejos todas parecen mujeres! Y yo por mujeres las tomo, ¡total! Si ellos se sienten mujeres, mujeres son.

Antes de llegar al cruce con Miguel Ángel se junta el grupo más numeroso, tres o cuatro chicas esperan ahí a que alguien las invite a algún lugar más cálido, quizás a cenar o a ver la tele, o a ver la tele y a cenar o a pasar un rato de sana inocencia brincando en la cama, porque en la cama es lo que se hace ¿no? ¡Al menos eso aprendí de niño! Pero creo que brincar en la cama es algo muy malvado, si no las madres jamás lo prohibirían, pero como todos hacemos lo prohibido alguna vez… pues me imagino que a eso las invitan, por eso las señoras que van en el pesero ponen cara de “mamá enojada e indignada” y alguna que otra dice con cara se susto “¡mira, mira, ya van a brincar en la cama!”…y yo con la inocencia de niño preparatoriano pensaba: “¡Ah! Con razón mi mamá siempre me dijo que brincar en la cama era malo”.

Pasando Miguel Ángel de Quevedo la soledad invade las esquinas, hay gente en los parabuses, pero las esquinas están solas. Uno regresa la mirada al frente, comienza a pegarse al carril de la izquierda y a acelerar el auto o, en su caso, vuelve la vista al libro o al frente del pesero que no deja de circular por el carril de la derecha, casi rozando la banqueta. Es entonces cuando de la sombras se distingue una silueta, sale a la luz a intervalos irregulares, sale y se acomoda los pechos, se alisa la mini falda, baja un poco más el cierre de la torera y sacude el cabello, luego da dos o tres pasos, media vuelta y regresa al punto de partida, como si hiciera pasarela, sólo que a ella, a diferencia de Naomi o de Claudia, sólo la alumbra el reflector del farol esquinero que, sin falla, se prende al ocultarse el Sol. Es la última puta.

No la descubrí yo, fue Dann quien una vez me dijo “¿no has visto a la niña que se pone por la Villanueva Montaño? ¡Está lindísima!”. Y tenía razón.

No todas las noches estaba cuando yo pasaba por ahí, me imagino que en esas ocasiones de ausencia ya alguien la había invitado a jugar matatena o a brincar en la cama.
Cuando viajaba en pesero procuraba sentarme junto a la ventanilla de la derecha, y ponía especial atención desde una esquina anterior a la suya. Usaba mini falda y blusa escotada, siempre con zapatos de plataforma blancos. La última vez que la vi exhibía sus largas piernas enfundadas en una mini falda muy mini de color rosa y tela brillante, blusa blanca de tirantes muy escotada y sus zapatos blancos de plataforma.
Aquella noche lloviznaba y ella no llevaba abrigo, a instantes cruzaba los brazos y se frotaba para darse calor, la pude ver bien porque el transito era lento y el pesero en el que iba se detuvo largo rato en su esquina. El rimel comenzaba a corrérsele y el planchado del cabello a darse a la fuga, pero ella no dejaba de hacer su pasarela. Luego el pesero avanzó, voltee la mirada y la observé hasta que abandonó mi ángulo de visión. En verdad era linda y no tendría más de veinte. La lluvia no tardó en arreciar y aquel día llegué a casa hecho una sopa.

Aún tomé la misma ruta muchas veces más, pero jamás la volví a ver. Luego los días de la preparatoria terminaron y por mucho tiempo deje de tomar ese camino de regreso a casa.

Han pasado ya algunos años desde aquella última vez que la vi. Dann se mudó al otro lado del Atlántico, yo me mude de vida y el destino azaroso me llevo de nuevo por antiguos caminos.

Hace algunas semanas que he vuelto a usar la misma ruta de regreso a casa, los primeros días en que retome la ruta de Tlalpan me iba por el carril de la izquierda, pero luego pasó que desde que me incorporé a la avenida el transito era tan denso que me fue imposible cambiar de carril, fue entonces que me encontré de nuevo con las señoritas de lindas piernas, pechos descubiertos y buenas intenciones.
No sé que haya sido de aquella puta hermosa, de la última puta de Tlalpan, la que cerraba con broche de oro el paisaje estéril de esquinas desoladas. Ahora en su lugar hay una nueva, muy frondosa... no se bien si sea o no la última puta de Tlalpan, seguro que hay más, pero al menos para mí sí lo es, pues pasando la esquina de Tlalpan y Bugambilia volteo la mirada al frente y mi atención se vuelve a centrar por completo en el volante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos breves comentarios:Tu relato me recuerdó la canción de "pajarillo" de Napoleón. tal cual.
dos.- Cuando era pequeño mi hijo y yo pasabamos frente a un hotel, vió salir una pareja y me preguntó: "a qué entraron esos señores?" yo le contesté: "a dormir, pues estaban cansados" el niño contestó: "pero, porqué tienen el pelo mojado??
Yo (SIC)
Te lo platico, a colación de que las mamás queremos "tapar el sol con un dedo" por no decir la verdad a los niños

Beetho San Doval dijo...

Gracias por el comentario M'ERE, la verdad no he escuchado esa canción de Napoleón, pero la escucharé lo antes posible.