jueves, octubre 30, 2008

Cuando los papás no te avisan

¡Cielos! Es difícil comenzar este post si no es por el detonante: Piroclasto. Él recordó una bici suya que le robaron, luego otra que dejo en España y también fue arrebatada de su dominio (más detalles aquí); luego me encontré con un artículo de día siete (ver aquí... pero cuando terminen de leer esto en la sección de "hasta atrás") y finalmente un comentario de The Lines On My Faces: a ella no le robaron su bici, su mamá la regalo sin avisarle. En lo personal no sé que sea más terrible: que te la roben o que tu misma sangre regale algo tuyo sin avisarte por que piense que ya no te es útil o que no te va a importar o que jamás te vas a dar cuenta por que ya no lo usabas o... hay una infinidad de cosas que se pueden decir en esta parte. Lo cierto es que siempre que nos hacen eso es algo muy doloroso y, quizá, hasta pueda rayar en lo traumático. El caso es que esos recuerdos quedan impresos muy hondamente en la nosotros.

Yo tenía un marranito.

Mi casa fue en un tiempo una especie de granja. Hubo conejos, una vaca, un becerro -que tuvo la vaca-, gallos, gallinas, pollos, guajolotes y una marrana que tuvo marranitos o cerditos -como les quieran llamar-. El caso es que la marrana tuvo un marranito más del número de tetas disponibles para alimentarlos. Fue entonces que Darwin y el Estado benefactor se aparecieron en mi casa. El marranito más débil fue relegado, era el último en comer -si bien le iba-, por que a la marrana se le acababa la leche o por que como ya no tenía la presión de la masa porcina encima decidía pararse. La teoría de Darwin de la selección natural lo hubiera terminado por matar pero, el Estado benefactor hizo su aparición: mi madre me dio un biberón lleno de leche y me enseño como darle de comer. En ese tiempo yo tendría unos seis o siete años, cursaba el primer grado. Recuerdo que apenas daban la salida me apuraba para llegar a darle de comer el marranito, quien ya se había aprendido la hora en que llegaba y siempre que me asomaba al chiquero con el biberón en mano, él ya estaba parado contra la pared esperando por el chupón con leche. ¡Ah! Todo era tan... chale, ahora que lo pienso... ¡creo que era como alimentar a Babe! Sólo que esta película no tuvo final feliz. Un día regresé de la escuela y ya no encontré al marranito. Mi madre me inventó el cuento de que la marrana -como no lo quería- lo había aplastado y el pobre había muerto hecho calcomanía. Me sentí triste, no pregunté más. Me dijeron que se lo había llevado a enterrar a otro lugar y fue todo. Me quedé sin marranito.
El desenlace vino tiempo después, cuando mi madre se delato a ella misma. Yo le contaba la anécdota a un amigo y mi madre dijo: Eso no es cierto, ese marranito se lo regalamos a tu tío Albino para la fiesta de... Me quitaron a mi marranito, sin avisarme, sin permiso. Lo extrañe mucho tiempo. Me dolio. Aún lo recuerdo, era un buen marrano. Hasta sabía a qué hora regresaba de la escuela.

Me comí a mi marranito hecho carnitas en una fiesta de cumpleaños.

Por las bicis regaladas sin permiso... por los marranitos regalados sin permiso.

2 comentarios:

the lines on my face dijo...

chaaaale, está como para calaverita de día de muertos... te entiendo y entiendo tu trauma...
Y sigo sin entender por qué los papás hacen esas cosas, grrrr, acaso les habrán hecho lo mismo?? que yo sepa no!
Me recordaste muchos traumas! chale...
saludos ;)

Manolo dijo...

chale que triste...
qué nos hicieron los cerdos para tratarlos así, insultamos con 'cerdo', nos alimentan con cada parte de su rico cuerpo y todavía los tratamos así.