martes, octubre 28, 2008

La hora de Dios

Cuando llegó el horario de verano mis abuelos se resistían a él. Ya no trabajan. Tenían la ventaja de poder dejar el reloj así, sin cambiarle la hora al horario de verano. Su vida, de todas formas seguiría siendo la misma. Levantarse con el Sol y prepararse para dormir poco antes de que el Sol se hubiese escondido. Mi abuelo hace jardinería, por hobbie, es lo único que le queda para mantenerse activo. Mi abuela, siempre entregada a las labores domésticas, sólo debe de preocuparse por limpiar la casa y tener la comida lista. Pensé que ellos jamás cambiarían su reloj al horario de verano. Decían que los que habían hecho eso estaban locos, que la hora de Dios siempre es la misma y que de todas formas el Sol sale y se pone a la hora que debe. Pero las tiendas si cambiaron sus horarios, los molinos -tan frecuentados por mi abuela- también, ¡los mercados ni se diga! Terminaron por ceder. Cambiaron la hora en su reloj.

Por mi parte, en un inicio me pareció genial, logré adaptarme con mucha facilidad y ni siquiera los primeros días me despertaba con sueño ni con desfase ni nada por el estilo como les pasó a mucho. Eso me hizo feliz. Pero ahora, años después, experimento un especie de jet lag. Es martes. Sigo con sueño. Me he dormido a mi hora de costumbre y me he despertado a mi hora de costumbre, conforme a lo que marca el reloj. Pero algo en mi me dice que no he dormido lo suficiente.

Mis abuelos cambiaron su reloj, pero gracias a que ellos no tienen que modificar sus actividades, ¡vamos! No les importa la hora, siguen su reloj biológico, están tan frescos como una lechuga. Yo sigo con sueño.

1 comentario:

the lines on my face dijo...

chale, cierto... algo pasó con este cambio de horario, lo raro es que deberíamos de sentirnos mejor... mi teoría es que el clima y el "estrés" nos afectó en serio...
saludos ;)